Democracia federal. Apuntes sobre España de Francisco Caamaño.


Federalismo: La asignatura pendiente de la democracia española

Resulta una paradoja ilustrativa que en España, país forjado a lo largo de siglos mediante alianzas, pactos y uniones dinásticas, la palabra “federal” suscite inmediatamente el espectro de la ruptura y la disgregación. Como apunta Francisco Caamaño en su lúcido ensayo Democracia federal. Apuntes sobre España, “federar significa unir por alianza, liga o pacto”. Sin embargo, para una gran mayoría de españoles representa justo lo contrario. Este malentendido fundacional no es un error semántico, sino el síntoma de un problema político más profundo que lastra nuestra convivencia.

Durante demasiado tiempo, nos hemos educado en lo que Caamaño denomina acertadamente “la antidemocrática y jacobina idea de que la pluralidad es un lío”. Hemos construido nuestro camino al revés: partiendo de una meta abstracta —la unidad— para intentar encajar a la fuerza un punto de partida diverso y vivo. Este empeño ha generado un vértigo permanente, una sensación de que acercarse a reconocer la diversidad es precipitarse en el abismo de la segregación. Como sentencia el autor, “nuestras dificultades con el federalismo son un síntoma que nos advierte de nuestros problemas con la democracia”.

El núcleo de la propuesta federal que se despliega en el libro es poderosamente atractivo y nada tiene que ver con la fragmentación. Se trata de un modelo de “ajuste constante”, un “intercambio permanente” de poder entre distintos niveles de gobierno, basado en un “orden pactado de reglas libremente aceptadas por todos”. No es un reparto definitivo, sino un proceso vivo. Su esencia reside en el binomio self-rule & shared-rule (autogobierno y gobierno compartido), una combinación de libertad para gestionar lo propio y lealtad para construir lo común.

En este marco, conceptos decimonónicos como soberanía nacional absoluta deberían ceder paso, como sugiere Caamaño, a otros más acordes a nuestro tiempo: ciudadanía, democracia, derechos, reconocimiento, lealtad y solidaridad. Reconocer la realidad plurinacional de España no sería, desde esta perspectiva, un acto de debilidad, sino de fortaleza y honestidad. No se trata de crear privilegios, sino de incorporar una “cláusula de respeto a la diversidad” que permita acomodar las peculiaridades identitarias dentro de un proyecto cívico común. “Reconocer naciones culturalmente diferenciadas no supone renunciar a una nación cívica común”, afirma.

Pero el federalismo no es solo filosofía política; es arquitectura institucional concreta. Caamaño desgrana propuestas tangibles para lo que llama un “federalismo responsable”. Aboga por una delimitación nítida de competencias —potenciando las exclusivas y reduciendo las compartidas—, la publicación de balanzas fiscales que hagan transparente la solidaridad, la identificación clara de quién es responsable de qué, y un sistema de accountability (rendición de cuentas) que fortalezca la confianza ciudadana. Se impone, en definitiva, “un cambio profundo de mentalidad” que comprenda que el federalismo “comporta añadir a la libertad individual la idea de tolerancia y a la noción de igualdad la de respeto a lo diverso”.

Uno de los análisis más pertinentes del libro se refiere al “federalismo de ejecución”, un modelo donde la federación legisla y los estados miembros ejecutan, que es la columna vertebral de la Unión Europea. Frente a la cultura del conflicto competencial como deporte nacional, este modelo promueve una “actuación secuenciada de todos los poderes públicos”. Su lema podría ser: “lo políticamente relevante lo decide la federación y, en su caso, lo ejecutan los estados miembros”. Esta idea, aplicada a España, podría desatascar décadas de luchas estériles por el poder normativo.

La reflexión se extiende también a la justicia, cuestionando la “rigurosa centralización del poder judicial” en un Estado descentralizado, y al sistema electoral, preguntándose por el más idóneo para una España federal.

En conclusión, el libro de Caamaño no es una simple reivindicación de un modelo de Estado, sino una hoja de ruta para una democracia más madura, honesta y resiliente. Plantea que el verdadero federalismo no se decreta, se cultiva. “La cultura federal comienza desde abajo” y exige un tiempo de diálogo político y social sincero.

Tal vez, como sugiere el autor citando a Foucault, en España todavía no hemos cortado la cabeza al rey; ahora le llamamos nación, pero seguimos anclados en un esquema de poder vertical que niega la riqueza de lo plural. Abrazar el federalismo sería, en este sentido, la operación de madurez democrática que nos permitiera, por fin, dejar atrás los fantasiosos abismos de la segregación y empezar a construir, desde el reconocimiento mutuo, una unión verdaderamente pactada. No es una amenaza para España, sino quizá la última oportunidad para que su convivencia se asiente sobre bases firmes y legítimas.

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